martes, 16 de marzo de 2010

recuerdos de Chela

Primero de noviembre, el día de los muertos. Muy bien celebrado en México. En Colombia solo es recordado por los religiosos y los ancianos que visitan más de tres veces por semana al cura del barrio y recitan de memoria el credo y las letanías. Sin embargo, esa mañana algo gris, fue diferente: era la primera vez en el año que visitaríamos todos en familia a nuestros muertos, esparcidos en la ciudad, unos hace más de 10 años otros apenas con unos meses. Eran casi las 10 de la mañana y entre esa insoportable fila de autos sobre la avenida, y los vendedores ambulantes que ofrecían por las ventanas bocadillos, aguas saborizadas y cd´s piratas con baladas, mi mamá buscaba en su libro “oraciones para el ser querido” algunas plegarias para armar su itinerario en los cementerios. Yo solo mantenía la mirada sobre las pequeñas gotas que caían en la calle, en los carros, en la gente, mientras en la radio sonaba una desagradable canción de Macaferri y Asociados que tanto le gusta a mi hermana, esa que se quedó en la casa de la abuela la noche anterior.


¡Qué día más lento!, ¡más deprimente!, no podía evitar pensar en lo que la gente a la que le importaba un carajo el día de los muertos estaba haciendo: quizás durmiendo, leyendo un buen libro, tomando un café, fumando un cigarrillo….cualquier cosa, menos atravesando la ciudad para ir a las tumbas de sus familiares en medio de sollozos, rosarios, pasto, lápidas, mausoleos, estatuas de Ángeles, en nombre del padre del hijo y del espíritu santo….amén. Un freno en seco me aisló de mis pensamientos. De repente, todos bajaron del carro. Mi mamá con su cara llena de ternura pidió que la acompañara. No dude en hacerlo. Al salir del carro verde me di la vuelta y justo al frente veo todo un pabellón lleno de locales de flores que surgieron de la nada.-Ayúdame a escoger las más bonitas para el tío Hernán- dijo mi madre. Luego de unos segundos caminé entre los tallos, y el cemento, mirando entre tantos colores y formas. Cerca al techo de las “caja de fósforos” un penoso anuncio bautizaba cada lugar: “las marías”, “el clavel”, “alegría” y “clarita” que solo podía transmitirme humildad y simpatía.

Al caminar un poco más al fondo me detuve en la acera y escuche una voz algo ronca que decía:-mija, no se vaya sin sus vueltas, son 5 mil. Una señora gorda se devolvió y le dio las gracias. Esas palabras de sinceridad cautivaron mi atención. Al mirar arriba decía “Chela”, y justo abajo del letrero estaba una mujer de pelo largo y entrenzado, con una gorra azul que apretaba su cabeza. Usaba un delantal cuadriculado con más de 5 bolsillos: en cada uno tenía tijeras, cintas, tarjetas, alfileres y claro… la plata. No cabía duda de que era ella. Inmediatamente me acerque a su arsenal de flores, habían mas de 8 personas que buscaban entre miles de claveles, rosas, dalias y gladiolos, algo especial. De repente, la mujer se me acercó y me dijo: señorita soy “Chela o Chelita” ¿qué busca? Dígame no más que quiere y yo se lo alcanzo- la mujer se reía y me dejaba ver un hueco en medio de sus dientes. En ese momento hice cara de niña buena y le agradecí. Mientras iba de un lado a otro esa señora de 50 años, Chela o Chelita, como fuera, se trepaba en un banco más alto que ella para alcanzar algunas enredaderas. Usaba tenis blancos, tenidos de verde por los tallos, una sudadera fucsia con azul algo percudida. Su cara tenía pocas arrugas, usaba lápiz labial rosa y pestañina negra, y justo en la mejilla izquierda tenia un lunar café, que combinaba con sus ojos grises. Luego de unos minutos empecé a tocar las flores, a mirar los mejores arreglos que tenía. Buscaba algo sencillo pero elegante, nada saturado y lleno de moños. De pronto vi unas flores blancas de solo cuatro pétalos y centro amarillo. En seguida llamé fuerte a Chela y llegó en un solo paso. – me llevo éstas- dije- ahh esas son muy lindas pa´que…pero ¿sabe cómo se llama?- me quedé en silencio- tienen un nombre feo: “Ranúnculo” pero aquí las llamamos Ingratitud- ¡esas son las que necesito!- usted sabe hace cuánto no visitamos las tumbas de la familia? Dije y la mujer se echó a reír, todo el mundo la miró. En ese instante llegó mi mamá, también le gustaron las flores. De repente, ella y Chela se saludaron de beso en la mejilla:-pero ¡sumerce! Años sin verla y no le pasan los años! – ¡Chelita usted siempre tan bonita!- le dijo cariñosamente mi mamá. No contaba con que ellas se conocían, giro inesperado. Fue extraño verlas a las dos hablar una de la otra como si fueran las mejores amigas: mi mamá con sus anillos bien puestos, ella con sus uñas pintadas de rojo, la piel morada y con esencia a flores, pero nunca viejas, a pesar de cortar por años miles de claveles, orquídeas, petunias, lirios, jacintas y otras tantas flores de nombres extraños.


Detrás de Chela habían 7 muchachos, todos en escala….eran sus hijos. Tenían botas pantaneras y usaban guantes para hacer los arreglos. El más pequeño se me acercó con su cara llena de mocos y sus ojos profundos. Sin decirme una palabra me regaló un cartucho, yo le di un pequeño chocolate y salió corriendo. De pronto, llego Chela con un ramo de flores y me dijo: igualítica a Sandrita, tome pa´que la casa se le vea bonita. Me sentí apenada por tanta amplitud de su parte.

Ya era hora de irnos, todos esperaban en el carro. Esa mujer tan impactante por su carácter y rasgos fuertes pero con el alma delicada como las flores que trabaja, se despidió con un abrazo y un beso. Me tomo la mano y me dijo algo que cambió mi día, o por lo menos logró despertar mi entusiasmo:- mija, es mentira creer lo que decimos casi todos los vendedores: que las flores duran, son hermosas y buenas porque las trajimos especialmente pa´los que las compran. La única verdad es que duran, se ven buenas y hermosas porque las personas las cuidan, les sonríe y les habla cuando las ponen en sus casas porque allí viven con los vivos, pero nunca con los muertos, así es la vida, así es usted, así soy yo.

Antes de subirme al carro guardé las flores en el baúl. Empezó a llover más fuerte, me senté y tenía en mi mano el largo cartucho que desprendía un olor profundo, un olor a vida. Después de 20 minutos, llegamos al cementerio, donde oramos a cuatro tumbas: la del tío Juan, la prima Gabriela, el abuelo Joaquín y la tía Emma. Sin ponerle cuidado a las palabras que citaba mi madre, me concentraba en arreglar las tumbas, adornarlas con los claveles y orquídeas que compramos. Un aroma fresco invadía la zona. Recordé por unos segundos lo que vivimos 4 meses atrás: la terrible tarea de enterrar a mi tía Emma, en medio del sol, del llanto y el desaliento. Hoy en pleno invierno venimos a su tumba con total tranquilidad, no faltaron las lágrimas que recorrían cada vez más débiles la cara de mi mamá, de mis tías y mis primos.


Al último en visitar, fue a mi Tío Hernán, su alfombra de hierba estaba abandonada, cubierta de olvido. Su tumba estaba acompañada por más de 30 a su alrededor. Inmediatamente limpié la lápida, le quité las hojas marchitas y regué agua fresca. Cuando tomé las “ingratas” con mis manos para ponerlas en el florero cobrizo me di cuenta  de que su centro amarillo se había vuelto verde, se veían extrañas, quizás porque sabían que cuando las dejáramos ahí, no las veríamos envejecer.

Ya era la 1 de la tarde, el sol empezaba a salir tímidamente. Decidí esta vez tomar el volante. Poco antes de llegar a mi casa, mi mamá me dijo:- Tu regalo se ha muerto…mira no más como está ese cartucho- tienes razón, dije. Lo pondré en agua.

Después de unos meses, volvimos a nuestro ya acostumbrado itinerario de visitas en el cementerio. Pero esa vez, todo fue distinto. No quise bajarme del carro cuando llegamos a la caseta de Chela, tenía sueño y me ardía la garganta. Mi mamá  tardó más de media hora en volver. Cuando se sentó en la silla del copiloto vi por el espejo que su nariz estaba roja y sus ojos se veían más claros de lo normal. Me dejó fría. No sabía si preguntarle qué le pasaba. Después de unos minutos,  lo entendí, cuando me entregó las flores que compró y vi que no había ningún regalito de Chela para mí.
- ¿qué te dijo Chela?
- nada
- ¿por qué? ¿está muy ocupada?
- no, está en el cielo.

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