sábado, 26 de junio de 2010

La ciudad de los iletrados

Reportaje
Por: Jahel Mahecha y César Moreno

Señora, ¿cuántos años tiene¬? —no sé, nací en Risaralda, yo vine desplazada, ya llevo mucho tiempo aquí, mi esposo era de Chocó. La mamá de la niña era de la Alquería y se la mataron, es huerfanita; el hijo mío, papá de ella se lo mataron. — ¿Quién¬¬?— la guerrilla. Hay mucha violencia, hay mucha en el campo. Yo vivo en San Bernardo, por allá en el sur. Nadie me ayuda. Yo no sabo leer, escribir. Yo Hablo poco. Nadie me ayuda.
María Casilda (70 años aproximadamente)

Él trabaja como lustrabotas en la plaza de bolívar, lleva 16 años en el oficio y se queja del trabajo en estos días previos a elecciones. — ¿Por qué tiene esos periódicos a su lado?— Los compro para que los lean los clientes mientras les brillo los zapatos.

Ese hombre, que no pasó de segundo de primaria, compra diariamente El Tiempo y El Espectador sin poder siquiera leer algo de lo que está consignado en sus páginas.
Segundo Enciso (65 años)

Ella, pide limosna. Él, es uno de los tantos trabajadores informales que existen en la ciudad. Además de estar a unas pocas cuadras de distancia en pleno centro de Bogotá, ambos comparten una misma condición: ser analfabetas.

Hasta donde se sabe, las raíces más profundas del analfabetismo en el país nacen del régimen colonial en el que existía una rígida estructura social de clases y una constante discriminación para la gente del pueblo y especialmente, para el indígena. La posibilidad de recibir educación, de progresar, fue privilegio de unos pocos, mientras la mayoría solo pudo aprender a vivir en la ignorancia, una herencia que infortunadamente ha sido difícil de superar. De este modo, el analfabetismo se ha convertido en un tema de poca relevancia en la agenda social, se le ve como un mal ya erradicado. Sin embargo, en las calles de la ciudad más diversa y con mayor número de habitantes, este problema sigue latente.

En diciembre de 2009 un estudio realizado por la Subdirección de Información y Estudios Estratégicos de la Secretaría Distrital de Planeación reportó que 91 mil bogotanos son analfabetas, es decir, el 1,8 por ciento del total de la población mayor de 14 años en el distrito.

En general, se asume que toda persona mayor sabe por lo menos leer y escribir, pero para las personas analfabetas que nunca han podido redactar un texto o comprender un anuncio, y que no pueden exponer de forma sencilla un hecho de su vida cotidiana más allá de la oralidad, la realidad es distinta. Ya no son niños, ahora son adultos a los que se les dificulta firmar un documento, recorrer la ciudad en bus, no se atreven a mirar un periódico, dudan de la denominación de los billetes y de las señales de tránsito. Viven de sus intuiciones y de lo que dicen los demás.

Aun cuando las cifras dadas por la secretaría de Información y Estudios Estratégicos de Planeación Distrital son alentadoras, al mostrar la disminución del analfabetismo en Bogotá, que pasó de 101.097 reportados en el 2003 a 91.860 registrados en el 2007, la disminución del número de iletrados también obedece a otras razones como el crecimiento demográfico, la poca efectividad de los esfuerzos de alfabetización en adultos y la injusticia social predominante desde hace varias décadas.

Al no saber leer su nombre prefiere que este no sea escrito

"Yo siempre quise estudiar, pero nadie podía cuidar a mis hermanos mientras mis papás trabajaban, y yo siendo la mayor decidí cuidarlos y encargarme de la casa aunque mi mamá y mi papá no quería" (30 años).

De pequeña pareció no importarle aprender a leer y escribir, pero con los años ha sido víctima de las consecuencias de su decisión. "Yo cuido niños y lavo ropa, en otra cosa de pronto me piden leer o escribir y me da pena decir que soy analfabeta". Su intérprete en este mundo de letras y signos ha sido su hija, que ha tratado en la medida de sus posibilidades guiarla y acompañarla a la espera de que su mamá se anime a retomar los estudios que alguna vez tuvo que dejar. Por el momento, esta mujer de 30 años solo confía en las indicaciones que su hija le da: coger el bus negro y rojo que la lleva del trabajo a su casa.

El anterior caso refleja una de las diferentes causas por las que una persona deja sus estudios o ni siquiera los inicia. Según Eugenio Rodríguez, técnico en alfabetización al servicio de la UNESCO: “un analfabeta lo es porque nació en un lugar donde no había servicios educativos suficientes, hijo de padres cuyos medios no les permitieron hacerlo estudiar y cuyo nivel cultural no les motivó para hacerlo. Posteriormente, ya adulto, tampoco estuvo dentro del ámbito de servicios de educación de adultos, solo pudo conseguir empleo en condiciones que no apoyaron su educación y vivió rodeado de personas que no lo motivaron ni lo apoyaron para que estudiara”.

La última encuesta realizada por la Secretaría Distrital de Planeación, hecha a 1.676.422 personas que no estudiaron, revela que las principales razones por las que no aprendieron a leer y a escribir se justifican en la necesidad de trabajar (30,0%), por la falta de dinero (28,0%), no lo consideran necesario (13,3%), debe encargarse de las labores domésticas (11,1%), considera que no está en edad escolar (3,1%) y otras razones que prefieren no revelar (14,5%).

A pesar de que el analfabetismo se extiende por toda la ciudad, las localidades más afectadas según el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística) son Sumapaz con el 7,2%, Santa Fe: 4,2% y Ciudad Bolívar con el 3,3%, en una población mayor de 14 años, siendo además estas las localidades más afectadas por la pobreza y la desigualdad social.

No obstante, las dificultades para el iletrado no solo se centran en su falta de formación académica sino que también se extienden en el campo laboral donde tienden a ocupar los trabajos menos productivos constituyendo, la mayoría de veces, la mano de obra no calificada o logran ocuparse a través de un empleo informal. El analfabeta se ve afectado también en sus relaciones sociales, adoptando a veces actitudes de indiferencia, retraimiento y desconfianza que lo llevan a sentirse marginado, resentido o incluso, invisible.


Los analfabetas también leen

En teoría, “alfabetizado” es la persona que posee los conocimientos teóricos y prácticos fundamentales que le permiten emprender aquellas actividades en la que sus ideas son necesarias para actuar eficazmente dentro de su grupo o comunidad, y que posee un dominio suficiente de lectura, escritura y aritmética para seguir utilizando los conocimientos adquiridos al servicio de su propio desarrollo y de la sociedad.

En la práctica, personas como María Casilda son analfabetas absolutos, quienes haciendo parte de una comunidad letrada nunca han tenido la más mínima preparación para escribir y leer. Pero no son los únicos, hay otros que a pesar de haber estado uno o dos años en la escuela, con el paso de los años, han olvidado lo que sabían o no dan uso a su facultad.

“Yo me llamo Rosa, tengo 86 años y a diario leo la biblia, pero solo en la Oración Fuerte Al Espíritu Santo me dicen qué significa… nunca he visto la necesidad de escribir”. Ella es una analfabeta funcional, vulnerable al engaño porque su nivel académico le permite leer pero no comprender, su escritura es débil, poco legible y desconoce las reglas de la ortografía. De este grupo de analfabetas no hay cifras específicas y se asume que su poco conocimiento los hace letrados.

Desde el 2002, el Ministerio de Educación Nacional creó el Plan Sectorial de la Revolución Educativa que además de fijarse metas en lo que respecta a la educación básica y superior, también incluyó presupuestos destinados a la población adulta iletrada a través del proyecto de Alfabetización y Educación Básica para Jóvenes y Adultos, que durante el periodo del 2003 al 2006 integró a 394.768 personas. La meta para el cuatrienio 2007-2011 es atender a 1.000.000. Para el 2010 el presupuesto del programa es de $24.945.570.000 con el propósito de cubrir a una población de 250.000 personas en todo el país. A partir del programa 'Bogotá sin Indiferencia' en la capital, se destinó el 34% del total del presupuesto de la ciudad para la inversión en educación.

Para combatir esta problemática se están adelantando dos tipos de estrategias desde la Secretaría de Educación de Bogotá; por un lado, la implantación de programas académicos en la jornada nocturna, y del otro, con una oferta menor, la atención “Extramuro”, donde se ofrece el proceso educativo en horarios y espacios flexibles de acuerdo a las necesidades de las comunidades, que se agrupan con la necesidad de alcanzar un nivel académico óptimo.

Durante este año, la Secretaría de Educación ha matriculado 35.277 estudiantes jóvenes y adultos, de los cuales, 31.563 están siendo atendidos en 52 colegios con jornadas nocturnas y 8 colegios los fines de semana, los otros 3.714 estudiantes están en el programa de alfabetización y educación de adultos extramuros, que cuenta con el apoyo y la financiación del proyecto de inclusión social de la diversidad y atención a población vulnerable en la escuela de la Secretaría de Educación, la Caja Nacional de Profesores (CANAPRO), el Ministerio de Educación Nacional así como las Alcaldías Locales de Usaquén, Usme y Ciudad Bolívar. En el caso de la localidad de Santa Fe, cuentan con 1.490 estudiantes adultos, distribuidos en cuatro colegios de la zona, donde aprenden los conceptos básicos de forma acelerada. Fabián Cifuentes, profesional de apoyo del Centro de Administración Educativa Local (C.A.D.E.L) de Santa Fe, dice que el programa ha traído beneficios a muchas personas para mejorar su calidad de vida: “son cada vez más los adultos que semestre a semestre buscan en la educación una nueva oportunidad para surgir”.

El problema del analfabetismo se extendió a un nivel tan alto en la ciudad que entidades privadas intervinieron en el tema. Durante la década del ochenta dichas organizaciones iniciaron programas propios para combatir el problema del analfabetismo, entre ellas se encontraban: CLEBA (Centro Laubach de Educación Básica de Adultos), que buscó estimular la conciencia crítica en el mundo de los adultos para el trabajo colectivo y la organización popular; la entidad Dimensión Educativa, orientada a la investigación y la capacitación de grupos vulnerables; la Coordinadora Distrital de Educación Popular, que surgió en Bogotá llegando a los barrios marginales de la ciudad con iniciativas para la lecto-escritura y la conciencia de los derechos; la OCCA (Organización Cívica Colombiana para la Alfabetización), siendo una organización sin ánimo de lucro que ayudó a erradicar el analfabetismo mediante la cultura ciudadana. A pesar de sus esfuerzos, poco a poco fueron desapareciendo.

Actualmente otras entidades como la Caja de Compensación Familiar (CAFAM), trabaja en conjunto con el gobierno, y se ha preocupado por orientar la alfabetización y la educación básica a la población adulta. “Cada institución tiene 7 grupos de 30 personas, que trabajan la metodología CAFAM, que consta de cartillas y guías que se le dan a los estudiantes cuando inician el curso para que trabajen en su hogar entresemana. Los sábados, algunos docentes aclaramos dudas y hacemos tutorías”, dice una de las maestras más antiguas del programa.

La iniciativa que surgió en 1981 con 296 participantes es la que más ha perdurado en los esfuerzos por ayudar a los adultos que no saben leer y escribir gracias a un método eficiente. Gloria Álvarez Tovar, ex secretaria de educación de Soacha, resalta la labor de CAFAM durante su gestión: “esta es una metodología que va al ritmo de las personas, por eso es flexible, […] el tiempo que gasta un estudiante en cursar un nivel depende de su motivación y del punto en el que partió. Lo significativo es ver cómo para algunos, estudiar es el sueño de toda su vida y le meten toda la energía".

En la búsqueda de organizaciones que luchan contra el analfabetismo se encontró la fundación PEPASO (Programa de Educación para Adultos Sector Suroriental de Bogotá), que desde 1980 en el Barrio Altamira, un sector muy pobre en la localidad de San Cristóbal, ha beneficiado a miles de adultos con programas de educación popular. Sin embargo, en la actualidad, la entidad ha dirigido sus esfuerzos para la erradicación de otros problemas de impacto social como el desplazamiento y la asistencia alimentaria que a su vez niegan la posibilidad de ser educado. Luz Dary Bueno, responsable de la fundación, reconoce que falta mucho por hacer: “desde hace dos años hemos querido llegar a cubrir otro tipo de necesidades, teniendo en cuenta lo que aprendimos en el proceso de alfabetización”.

Aunque las cifras de analfabetismo han disminuido con los años, de la misma manera se han reducido las iniciativas privadas (con o sin ánimo de lucro) por contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de miles de bogotanos. Ahora, esta misión ha recaído en manos del gobierno, que en alianza con organizaciones de cooperación internacional, promueven proyectos para personas mayores de edad como el Convenio Andrés Bello, la OEI, la UNESCO, la Agencia Española de Cooperación Internacional AECI, la Comunidad Autónoma de Madrid, la Comunidad de Andalucía y USAID, y apoyan técnica y financieramente la alfabetización.

La Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) junto al Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), Acción Social y las Secretarías de Educación Locales han beneficiado a 15.000 usuarios vulnerables, desplazados por distintas razones, afrodescendientes, indígenas y mujeres cabeza de familia entre un rango de edad de 15 a 45 años. En Bogotá estas organizaciones hacen presencia en la localidad de Usme con la apertura de 500 cupos para el acceso a la educación básica.

Por su parte, el Convenio Andrés Bello ofrece algo más que la alfabetización inicial; también brindan capacitación para la prosecución de la educación básica y media, y la alfabetización para la inclusión cultural, científica y tecnológica de las comunidades, luchando por incluir políticas públicas a favor de los más necesitados. Al estar presente en 7 países de Suramérica centra su acción en la dimensión humana de la integración a nivel cultural y educativo. En Bogotá opera permanentemente.


Leyendo la realidad

María Ramírez sonríe como nunca porque después de tantos momentos penosos ahora sabe leer y escribir: "ya sé dividir por una cifra y cuando voy a la tienda ya sé cuánto me tienen que devolver". La escuela ha sido de gran ayuda para María, pero su constancia en el estudio no habría sido posible sin el acompañamiento de su hija.

"Nunca entré a una escuela y luego, cuando tuve hijos, me dediqué a cuidarlos". María siempre les dice a los jóvenes que "no dejen de ir a la escuela, que un día de estudio vale mucho". Hoy, el mayor reto para ella será pasar a tercero de primaria en el Externado Nacional Camilo Torres, donde junto a otros 527 adultos en la jornada nocturna buscan superar sus frustraciones a causa del analfabetismo.

La Constitución Política de Colombia en el artículo 68 establece, entre las obligaciones especiales del Estado, la erradicación del analfabetismo. La ley 115 de 1994 define la educación para adultos como aquella que se ofrece a personas en edad relativamente mayor que desean complementar su formación o validar sus estudios. Del mismo modo, establece que el Estado debe facilitar las condiciones para que esta población pueda estudiar a distancia o de manera semipresencial. La reglamentación de esta ley se materializó con el decreto 3011 de 1997, en el que se establecieron unos lineamientos básicos para los programas de educación dirigidos a adultos. Aún así, las oportunidades de educarse se reducen con los años.

Un caso como el de María refleja que no solo basta adquirir los conocimientos necesarios para superar el analfabetismo. Es preciso llevar a la práctica lo aprendido. Esto a su vez estimulará la búsqueda de nuevos y más complejos aprendizajes para que su nombre pueda ser recordado y deje de vivir en el anonimato. De esta manera, María Casilda, la mujer de casi 70 años que estaba sentada al costado de la carrera séptima pidiendo limosna, podría recordar su edad o hacer memoria de su pasado marcado por la violencia y Don Segundo, el hombre que colecciona periódicos, aprovecharía las noticias para tratar de entender su realidad.

El panorama presentado aquí demostraría que sí es posible erradicar el analfabetismo en la ciudad de Bogotá. Sin embargo, hay que reconocer que esta problemática más allá de ser una causa es una consecuencia directa de la pobreza, de la falta de oportunidades, de la desigualdad, de la violencia, en ausencia de una conciencia colectiva que reconozca en la educación la mejor salida hacia el progreso. Así lo señala la UNESCO: “ahora se entienden mejor los múltiples factores que influyen en la demanda de educación, así como las diversas causas que excluyen a niños, jóvenes y adultos de las oportunidades de aprendizaje [...] Han mejorado, sobre la necesidad de una mezcla de tecnologías antiguas y nuevas, específicas según el contexto, la importancia de las lenguas locales en la alfabetización inicial y la mayor influencia de la comunidad en la vida escolar y en otros programas educativos. Se ha reconocido la importancia que tienen la atención y educación de la primera infancia en el éxito escolar ulterior, así como la necesidad de que exista una estrecha vinculación entre la educación básica, la salud, la nutrición, los servicios esenciales y el entorno natural”.

Se buscan respuestas

En Bogotá, al acercarse a la Secretaría de Planeación Distrital, al Ministerio de Educación y a la Secretaría de Integración Social del Distrito, el analfabetismo se entiende en términos estadísticos: cifras, porcentajes y proyecciones. Al preguntar por los sujetos nadie sabe, nadie responde. Por eso, se buscaron respuestas en la calle para entender a esta ciudad de paradojas, de injusticias e iletrados:

"No terminé mi bachillerato por falta de recursos y porque no tenía mucha información sobre cómo podía financiar mi estudio. Me hubiera gustado estudiar Derecho. Ahora soy vendedora ambulante y ayudo en mi mamá y a mi hermana. Lo poco que sabía se me está olvidando”.

Luz Ángela Sierra (29 años)

“En Colombia, en este país de ironías y olvidos, la realidad suele ser ambigua. Para los que desde chicos tenemos la posibilidad de educarnos en escuelas, saber leer y escribir es un plus que está dado por hecho, y asumimos que las condiciones de nuestro entorno se ajustan a una igualdad social. Infortunadamente, la otra cara de la realidad se asoma de cuando en cuando. Nos cuenta que este es un país de privilegios para algunos y de desdichas para otros. Las oportunidades no son para todos y la existencia de escuelas públicas no son suficientes para una población que muchas veces ni siquiera alcanza a tener las necesidades básicas con las que un ser humano puede vivir dignamente. El funcionamiento de las entidades e instituciones públicas del país está todavía lejos de ser bueno; puede que existan programas de alfabetización, pero la gente los desconoce, el acceso a ellos se dificulta, más aún debido a lo caótico que implica movilizarse a una institución pública lejos de casa”.

Adriana Gómez
(Estudiante Universitaria)

“Cuando pienso en analfabetismo pienso en una buena porción de la población colombiana que no sabe leer y que no sabe escribir o en una buena porción de la población que a pesar de saber leer y escribir no tiene acceso a las producciones escritas y, por lo tanto, no tiene acceso al conocimiento. No solo basta con leer y escribir sino también qué tanto se tiene acceso a los libros, a la prensa (…) Pero sobretodo analfabetismo es no tener acceso al conocimiento y por lo tanto, no poder decidir, no poder argumentar”.

Ana María Lara
(Comunicadora Social con especialización en Ciencias Políticas)