martes, 16 de marzo de 2010

El jabón

El jabón es una especie de piedra, pero no natural: Sensible, susceptible, complicada. Tiene una especie de dignidad particular. Lejos de sentir placer (o al menos de pasar su tiempo) en hacerse rodar por las fuerzas de la naturaleza, se desliza entre sus dedos; se funde a simple vista, antes que dejarse rodar unilateralmente por las aguas.


El jabón de humanos, el jabón del deseo. Duro, casi piedra. Suave a la vez. El jabón que delicadamente se deja atrapar pero en un intento agresivo por tenerlo huye para no volver. No siente placer, pero se deja seducir por las manos, sin importar como sean. Es el victimario del deseo de la piel. El jabón casi vivo, se deja abrazar, acariciar, no una vez sino muchas al día, por la noche, en silencio. Siente los dedos, se funde en ellos. A veces manejable, a veces difícil, sensible, con algo de dignidad.


*

El hombre preparó el jabón para el uso de su cuerpo; y sin embargo, no es fácil sostenerlo. Este guijarro inerte es casi tan difícil de sostener como un pez. Helo aquí que se me escapa y como una rama se zambulle en el estanque…despidiendo en seguida a sus expensas una nube azul de evanescencia, de confusión… ¡qué magnífica forma de vivir nos enseña el jabón! Su frente seca al sol, se oscurece, se endurece, se arruga, se agrieta. Los cuidados lo resquebrajan. Pero así, inactivo, olvidado, no se conserva mejor.

Por el contrario, en el agua, donde se ablanda y circula, parece estar a sus anchas- cuesta trabajo atraparlo-, ágil, voluble, elocuente se desplaza-gasta a un ritmo inquietante-. Allí no está impunemente… ¿es esto lo que se llama llevar una existencia disoluta…? Yo veo más bien en ello el signo de una particular dignidad…

El hombre toma un jabón que tiene ínfulas de mujerzuela, de deliciosas curvas, de un cuerpo liso, desnudo y va dejando un rastro perfumando en su rápido paso por la piel. Ahora inquieto, se deshace en el afán. El agua y el movimiento lo envejecen hasta el punto de dejarle marcas negras, casi arrugas profundas que nunca se irán. Poco a poco pierde su prestigio y las manos ya no lo toman con agrado, pues no es fácil pensar que otras han pasado por él en un ligero contacto, en un juego de coqueteos, pasiones del que ya ninguno se acuerda.

Ese jabón que parece intocable, difícil de domar tiene una debilidad: basta con brindarle una dulce caricia y un poco de libertad para que caiga a los pies de su dueño inmediato, revelando su verdadera condición disoluta, pero nunca, nunca digna.


*

Este huevo, este llano

Rodaballo, esta pequeña

Almendra que se desenvuelve tan rápidamente

(Casi instantáneamente)

En pez chino.

Con sus velas, sus kimonos

De anchas mangas.

Tal es su traje de novia.

Así festeja sus bodas

Con el agua.



Un pequeño pez nacarado

Salta inquieto por entre los dedos.

Con suaves movimientos

Se enredan en un eterno abrazo

Sumergiéndose en el agua,

Y al llegar a lo profundo

Se pierden en el tiempo.

Del pez sólo queda el olor,

De los dedos algunas arrugas

Después de aquel mágico juego.


*

Hay mucho que decir a propósito del jabón. Exactamente todo lo que él cuenta de sí mismo cuando se lo rocía con agua de cierta manera. En seguida parece inclinado a decir muchas cosas, que las diga pues. Con volubilidad, con entusiasmo. Hasta desaparecer por el agotamiento de su propio tema. Cuando ha acabado de decirlas ya no existe. Cuanto más tarda en decirlas. Cuanto más puede decirlas y más lentamente se funde, de mejor calidad es. Naturalmente siempre dice lo mismo. Y lo dice no importa a quién. Se expresa del mismo modo con todo el mundo.

Piedra charlatana…

Que hay mucho y casi infinitamente que decir a propósito del jabón, es evidente. Y puede ser que haya mas para farfullar que para decir. Aquí se impone una cierta volubilidad externa. Y un cierto entusiasmo en perderse, en entregarse.

No duda tampoco en decir siempre las mismas cosas. Y en decirlas siempre del mismo modo a no importa quien-con júbilo, se sobreentiende-. Pero lo más maravilloso es que se sale de estos ejercicios con las manos más puras. He aquí la gran lección. Y que este ejercicio sea el más conveniente para la higiene intelectual eso también se sobreentiende.

El jabón se enfrenta al monólogo de su existencia, se vende en cada encuentro como nuevo y discretamente agota su tema predilecto, pues sin pudor alguno elogia su narciso estilo de vida, pero teme quedarse suspendido en el silencio que anuncia el fin de su actuación. Hay esta ese jabón con tanto para decir y en tan poco tiempo.

A cada invitado le muestra una máscara diferente, pero al final, sigue siendo el mismo, recorriendo las mismas palabras, escribiendo en la piel la misma letra de siempre. Su entusiasmo se va apagando con el tiempo. Lo que no sabe es que solamente una vez pasará mediocremente por el escenario cuando, en su intento por hablar, se desvanezca y quede resumido en un minúsculo suspiro que anunciará al público que su función ha terminado. Hay esta ese jabón con tanto para decir y ya no tiene tiempo. Su recuerdo quedará reducido en las palmas de esos hombres de corta memoria que lo aplauden, esas por donde pisó una y otra vez y las hizo sentir puras.

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