miércoles, 21 de abril de 2010

yendo a una plaza de mercado

Llegar a la plaza de Abastos es como llegar a un barrio donde la gente nunca duerme, las casas permanecen abiertas y hay luces por todas partes. Son las cinco de la mañana y extrañamente no hace frío. A lo lejos, se ven varios camiones y de ellos salen algunos hombres llevando a cuestas el peso de su trabajo: cebollas, papas, tomates y frutas que, en kilogramos, parecen superar a los de sus cuerpos. A ellos les llaman coteros, a los clientes mona, princesa, pelada, parcero, hermano, llave, caballero, -señorita ¿qué necesita?


La plaza tiene un poco de toda Colombia: zona bananera, cafetera, comida de mar y hasta cosechas de mango, maíz y arracachas. La mayoría de los locales son estrechos, y dentro de ellos se arriendan pedazos de tierra. Ana, una señora de 40 años perfectamente maquillada, lleva dos años y medio vendiendo espinacas en un espacio tan pequeño como un cuarto de San Alejo. Solo una vez logró hacer trescientos mil pesos, ahora se hace a diario veinte o treinta mil. -Si no se vende la espinaca en dos días, ya paila. Ese es el riesgo de este negocio.

En otra bodega hay montañas de ahuyamas y en una de ellas, justo en la cima, han puesto una cruz pobre hecha en papel crepé, pero abajo, en el cemento y el lodo, aparece un señor de bigote que pone tres cajas en la espalda de un niño:-póngame una más que ya me voy- . Él, al igual que esa montaña, tenía una cruz colgando de su cuello.

Afuera, cuando el cielo revela la mañana, se forman laberintos en medio de los carros. de la puerta destartalada de una camioneta sale Miguel con un buso sucio de color naranja, acomodando todas las cajas que su hermano trae desde algún lugar remoto de esta plaza de pobres y ricos. Él trabaja desde las cuatro de la mañana hasta las ocho. El problema es que le pagan cuatro mil pesos. El problema es que tiene 13 años.

En Abastos hay Casino, se hacen rifas y fiestecitas que dejan a más de un borracho en el camino. En una pecera hay cientos de cangrejos que parecen estar muertos pero eso solo se sabe cuando los llevan a una licuadora y los mezclan con miel, brandi, jugo de borojó y vitaminas para preparar un “berraquillo” que, según Jenny, es afrodisíaco, levantamuertos y hace el milagro de traer hijos al mundo.

con la impresión de haber recorrido toda la plaza, me acerco a la salida de la bodega principal  y aparece un paisa de 57 años con guitarra en mano- ¡para las niñas con amor! hoy cariñosamente mi corazón les vengo a dar…- lo curioso no era la letra, ni su facha de buen caldense que intenta ser galán, sino su envidiable expresión de felicidad, cantando sin miedo a los chiflidos y las risas de los vendedores. Cuando terminó, tres personas lo aplaudieron y al preguntarle qué hacía allí solo dijo- ¡Eh ave María! Hay que ser avispado, si canto en una plaza por lo menos tomates me tendrán que tirar.

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